sábado, 7 de noviembre de 2015

Voces de Chernóbil - Crónica del futuro





Acabo de leer un libro, que bien puedo afirmar con seguridad que es uno de los que más me ha conmovido entre los cientos que habré leído en los últimos años. Un libro que ha removido en mi mente los más profundos pensamientos sobre la vida, la muerte, el valor, la grandeza y la bajeza humana. Y a la vez, la maravillosa naturaleza, que siempre nos enseña cómo deben rehacerse las cosas.


                Se cuentan historias increíbles de valor, personas que se jugaban la vida, como aquellos soldados, cargados con trajes de plomo que en turnos de dos minutos, (dada la alta radiación, un minuto más podría ser mortal), que debían ascender por las paredes del reactor, barrer el grafito tóxico, expulsado tras la explosión y echarlo en un gigantesco barreño, toda una tarea, teniendo en cuenta que un montoncillo de grafito o polvo radioactivo del tamaño de una pelota pequeña, podía pesar hasta cuarenta kilos. 

         O esos voluntarios que se sumergieron en aguas radiactivas, para poder abrir compuertas con las que vaciar unos contenedores a punto de estallar y evitar así una explosión que podría haber dejado a media Europa arruinada. Personas que ni siquiera pudieron vivir más allá de un mes después, para disfrutar de lo que les ofrecían por aquel trabajo.


            Hay historias del todo desconocidas, contadas por personas que estuvieron allí, como si hablasen con el lector y le contasen su experiencia. Personas normales, como cualquiera de nosotros, bomberos, amas de casa, pastores, maestros, científicos y técnicos, cada uno contando lo que vio, sintió y sufrió. 


             Una cosa también he aprendido con este libro: Como a pesar del hombre, la vida se abre camino. Sí, porque los humanos somos capaces de convertirnos en los seres más dañinos de este planeta, pero a la vez somos los más vulnerables. Y voy a poner un solo ejemplo: Resulta que antiguamente las tierras de Chernóbil eran grandes ciénagas y bosques pantanosos, donde habitaban castores, ciervos, lobos y otros animales del bosque. Durante el gobierno de Stalin, con la idea de producir más y más grano para alimentar a una creciente población, se talaron los bosques, se drenaron los humedales y se construyeron ciudades para los campesinos llevados allí. Se establecieron kilómetros de rectos canales para el riego de los campos y en unos pocos años varias ciudades prosperaron en toda la región. 

La modernidad trajo esa central nuclear, que fue todo un símbolo del esplendor científico y tecnológico de la URSS.
La misma que provocó años después aquella catástrofe sin igual, que obligó a miles de personas que vivían a treinta kilometros a la redonda a abandonar la zona, pues era peligroso, mortal para la vida humana. Treinta años después, en los campos abandonados han reverdecido los antiguos bosques, invitando a volver a la fauna salvaje que antaño habitaba la región. Han vuelto también los castores, los cuales en su instinto natural han represado los canales y con ello han vuelto a surgir las lagunas y los humedales. Las aves anidan en las terrazas de los edificios abandonados, donde los lobos y otros animales aprovechan las construcciones humanas como madrigueras, hasta caballos salvajes corren libres por los campos de Pripyat.  En treinta años sin los humanos, la vida vuelve a surgir, a abrirse camino y a dejar las cosas en su sitio, sin importarles ni la hierba tóxica, ni el agua contaminada, ni los bosques radiactivos.


                Pero este libro sobre todo nos cuenta el lado humano de la tragedia, no habla de datos, de número de afectados, de pérdidas económicas, sino de sentimientos, de cómo cientos de miles de personas tuvieron que abandonar sus casas, sus mascotas, sus cosas, sus recuerdos, para empezar de nuevo. Del sufrimiento de esposas y familiares que lucharon para ver los últimos instantes de aquellos maridos y padres: Bomberos, soldados y técnicos que lucharon desde los primeros momentos, tragándose de lleno todo el aire tóxico y convirtiéndose en reactores nucleares humanos, antes de perecer, todo contado con una emotividad que te hace sentir sus lágrimas y las haces tuyas. También en el libro aparecen personas que se negaron a abandonar la zona, o que incluso volvieron, con la única motivación de que ellos no querían que nadie les marcara su destino, que nadie les dijera dónde debía morir, si no es en sus propias tierras, las que les vieron nacer. 


                Si buscas una novela, este libro no lo es, se trata más bien de relatos breves, contadas por los propios entrevistados. La escritora es una periodista, pero ha conseguido que el libro se convierta en un variopinto mosaico de experiencias y relatos personales, en las que ella es la testigo silenciosa, que apenas nos damos cuenta de su presencia, no hace preguntas, pero logra sacar de las personas todo su ser y nos lo muestra tal cual, sin adornos, sin grandilocuencias, sin sensacionalismos innecesarios, como si los protagonistas nos estuviesen narrando sus vivencias a los lectores. Un libro exquisito y escrito con un gusto y respeto inmejorable. Lo recomiendo. 

La escritora, Svetlana Alexievich, ha sido premiada recientemente con el Nóbel de literatura y puedo decir que si bien hubo críticas por darle un premio de esa clase a una periodista y no a un escritor de ficción, yo estoy del todo de acuerdo, pues la buena literatura no solo es novela, sino tambien libros como este, que consiguen un efecto humano inmejorable y aunque se alejen de los conceptos clásicos de literatura deben tener su hueco y estas historias merecen ser conocidas por el mundo.

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